martes, 24 de julio de 2007

era un mundo para comerlo con los dientes

había sido alcanzada por el demonio de la fe.




Clarice Lispector, la araña.
... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno...


la posibilidad de percibir por la nariz, de presentir adentro del silencio, de vivir profundamente sin ejecutar un movimiento. Sí, sí, de a poco, muy bajo, de su ignorancia iba naciendo la idea de que poseía una vida. Era una sensación sin pensamientos anteriores ni posteriores, súbita, completa y una, que no podría acrecentarse ni alterarse con la edad o con la sabiduría. No era como vivir, vivir y entonces saber que poseía una vida, pero era como mirar y ver de una sola vez." (1)
(Clarice Lispector, Lacos de Familia, 1960)


Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto de que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba a una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicles lo había destrozado todo. A través de la piedad a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.
La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos.
... Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comerlo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por parásitas con hojas, y el brazo era suave, apretado.
Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada.
La descomposición era profunda, perfumada... Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo. La brisa se insinuaba entre las flores. Ana, más adivinaba que sentía su olor dulzón... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno...
y veía el Jardín en torno de ella, con su soberbia impersonalidad.
Ella amaba el mundo, amaba cuanto fuera creado—amaba con repugnancia(...) Había sido alcanzada por el demonio de la fe.
¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.

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