jueves, 26 de julio de 2007



NO BASTA -calle del desengaño-
No basta con
decidir abrirte.
Debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
agrietarte,
derramar los lagartos y los sapos
las orquídeas y los girasoles,
virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Sin embargo, no te vacías del todo.
Quizás una flema verde
se esconde en tu tos.
Tal vez no sabes que la tienes
hasta que un nudo
te crece en la garganta
y se convierte en rana.
Te cosquillea una sonrisa secreta
en el paladar
lleno de orgasmos diminutos.
Pero tarde o temprano
se revela.
La rana verde croa sin discreción.
Todos miran.
No basta con abrirte
una sola vez.
De nuevo debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
desgarrarte,
dejar caer ratas muertas y cucarachas
lluvia de primavera, mazorcas en capullo.
Virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Esta vez debes soltarlo todo.
Enfrentar el rostro abierto del dragón
y dejar que el terror te trague.
—Te disuelves en su saliva
—nadie te reconoce hecha charco
—nadie te extraña
—ni siquiera te recuerdan
y el laberinto
tampoco es creación tuya.
Y has cruzado.
Y a tu alrededor espacio.
Sola. Con la nada.
Nadie te va a salvar.
Nadie te va a cortar la soga,
a cortar las gruesas espinas que te rodean.
Nadie vendrá a asaltar
los muros del castillo ni
a despertar con un beso tu nacimiento,
a bajar por tu pelo,
ni a montarte
en el caballo blanco.
No hay nadie que
te alimente el anhelo.
Acéptalo. Tendrás que
hacerlo, hacerlo tú misma.
Y a tu alrededor un vasto terreno.
Sola. Con la noche.
Tendrás que hacerte amiga de lo oscuro
si quieres dormir por las noches.
No basta con
soltar dos, tres veces,
cien. Pronto todo es
tedioso, insuficiente.
El rostro abierto de la noche
ya no te interesa.
Y pronto, otra vez, regresas
a tu elemento y
como un pez al aire
sales al descubierto
sólo entre respiros.
Pero ya tienes agallas
creciéndote en los senos.

Gloria Anzaldúa-
artista de orígen mestizo.




4 relatos breves sobre mujeres


I
Dos mujeres están sentadas junto a sus bebés sin vida pero robustos -recién muertos- en una esquina de la ciudad junto a varias bolsas abiertas y malolientes de basura. Si se observa bien a los bebés no se sabe si son niños o muñecos.
La desesperación de las madres es tremenda: sobre todo la de una de ellas mientras la otra trata de consolarla.
De uno de los niños sale una especie de cordón umbilical y una de las mujeres lo toma entre sus brazos magullados mostrándolo a los que pasan.
Gritos de angustia desmedida. Horror en sus rostros.
Se dice que copularon y concibieron con el mismo hombre: atlético, semental, “un súper hombre”.
Pero los niños están muertos. Han nacido demasiado grandes y desgarrado a sus progenitoras. Las han abierto de lado a lado.
Y ahora yacen junto a la basura inmunda con sus madres dementes.


II
Ella iba en un auto con su madre o con su tía (no recuerda bien de quién era el rostro). Alguna de la dos manejaba y ella iba sentada del lado del acompañante. Sentía una angustia extrema y miraba al vacío.
De pronto apareció corriendo justo enfrente del auto una mujer joven que tenía puesta sólo una bombacha.
La que manejaba disminuyó la velocidad y observaron que la mujer estaba por completo cagada: la mierda le salía a través de la bombacha y tenía una gran bola de caca pegada al culo, además de sangre que le iba chorreando por los muslos mientras pedía en tono de súplica y después gritando que detuvieran el auto.
Ella sentía terror y asco a la vez e iba cerrando las puertas con seguro pero la mujer había logrado subirse igual por la de atrás mientras un hombre apareció persiguiéndola. Logró zafarse violentamente de éste y bajándose del auto corrió hacia su casa.
Ella se despertó totalmente sobresaltada y sudada. Pensó que lo que más la había espantado había sido la actitud implorante de la mujer y la visión tan clara de la caca y la sangre juntas.
Volvió a dormirse entre pesadillas.
Al día siguiente encontró una bombacha totalmente manchada sobre la bañera.


III
Luego del trabajo fue a la casa de su amiga. Llevó bizcochos y dulce de leche casero.
La encontró tirada en su amplia cama haciendo fiaca y tapada con una sábana muy estropeada. La sorprendió un tipo que estaba arreglando una bicicleta -dada vuelta, con las ruedas para arriba- en calzones. Lo saludó y al momento vio a otro encima de la cama -la cabeza dando al respaldo- con ropas ya puestas.
Fue a la cocina a preparar los bizcochos, mientras el hombre de la bici se puso a tomar mates. Ella fue al baño y vio grandes algodones y toallitas con sangre de menstruación y toallas manchadas, además del inodoro sucio.
Tuvo una profunda sensación de repugnancia.
La amiga le dio a entender que habían tenido un “ménage á trois”.
Ella miró a su alrededor y siguió comiendo los bizcochos con dulce de leche.
- Se fueron los tipos, ¿no? ¿Puedo comer los bizcochos en paz?
- Sí, se fueron, estás como acelerada. ¿Qué tenés che…?
- Me preguntás qué tengo…Vengo a la casa de mi mejor amiga y la encuentro terminando un “ménage á trois”… Somos re modernos mi amor, pero…
- ¿Qué te pone así? Dále, ¿no me vas a decir que te asustaste por esto?
- No, no me asusté por los tipos, me sorprendí por los algodones y las toallas con sangre en el baño.
- Estoy menstruando, ¿y?
- No…todo bien.
- ¿Y…?
- Que sos una asquerosa hedionda, eso…
- ¿Qué te incomoda de verdad, chicha?
Pausa corta.
- Que no me hayas invitado, eso me incomoda…
- Era un “ménage á trois”…
- Podría haber sido uno de cuatro.
- No sería “ménage”.
- Andáte a cagar…
Ella introdujo con furia los bizcochos en el tarro y los devoró uno a uno, con desesperación.
LLegó a su casa pasada la medianoche. El inmenso espejo apoyado en la pared (una antigüedad carísima) le devolvió su imagen iracunda. Pensó en Rosa, su amiga: en su total desprejuicio, en su “cosa salvaje”. Ese lado por el que ella sentía pánico. Lo salvaje…
Se miró detenidamente en el espejo y sus lágrimas comenzaron a caer calientes, como algas furiosas, caían y caían por su rostro y el maquillaje (ya apagado por las horas) iba desapareciendo como la máscara más cruel y absurda.
Observó las fotos enmarcadas en nácar, colgadas en las paredes blanquísimas. Eran fotos en blanco y negro de su madre sola y de ella con su madre. Ella era una nena en las fotos, a determinada edad dejaron de sacárselas junto a la madre.
Miraba con detalle los cuerpos de las dos: cuerpo de niña el suyo, cuerpo de mujer-adulta el otro: alta, soberbia, largas piernas, pechos espléndidos. Su madre.
¿Porqué no podía precisar cuándo habían dejado de sacarles fotos y por qué?
Ella empezó a crecer, a adolecer, “a desarrollarse” (como se decía en su tiempo), a convertirse en mujer. ¿Y su madre?
Ella sabía casi a la perfección cómo había mutado su cuerpo, no así lo que había pasado con el materno. La angustia la dobló en dos. Tomó un fuerte sedante y se durmió al fin.
Despertó sobresaltada, con un agobio feroz y paralizante. Prendió la lámpara antigua de mármol de su mesa de luz y se quedó mirando el vacío. Recordó la sangre seca, olorosa y pegoteada que tanto la había asqueado en lo de su amiga y con detenimiento el sueño que acababa de tener. Todo fue como un remolino mental que desembocó en la palabra aborto. Su primer aborto, el segundo, el tercero. Sus pérdidas de coágulos, de fetos: esas vidas que se le fueron yendo entre las piernas para no volver.
Prendió el primer cigarro del día. Lo fumó con violencia y mirándolo consumirse pensó en ella misma. En su patética y consumida vida, pensó.
Fue hacia la cocina y tomó de la heladera un gran tarro de helado. Lo devoró mientras sus lágrimas caían gordas por un rostro totalmente desfigurado.


IV
Era la fiesta de quince años de Cata. Parientes y amigos estaban reunidos en un gran salón decorado; la música se escuchaba de manera estridente y todos habían salido en grupitos a bailar.
Ella tenía puesto un vaporoso vestido rosado de satén y gasa, zapatos blancos (sus primeros tacos altos), el pelo le caía lacio y resplandeciente sobre sus hombros y el perfume exquisito que la mamá le había puesto la envolvía toda.
Se sentía la reina del lugar, todos la alababan, la aplaudían, la abrazaban.
Cuando después de un tiempo (no sabía exactamente cuánto) empezó a cortar la enorme torta de tres pisos mientras los demás la rodeaban y seguían cantando el cumpleaños feliz, apareció su hermana Cloto (que hasta ese momento no había estado en la fiesta) en su silla de ruedas porque ya no podía caminar. Se veía tremendamente gorda, mugrienta y desnuda por completo.
Fue lo que más espantó a Cata.
Al momento, su hermana empezó a vomitar a más no poder largando toda clase de porquerías por su boca abierta.
La adolescente se sintió desfallecer; creía que se iba a morir del asco y de la vergüenza.
Sus padres, estupefactos, se abalanzaron sobre la hija y con un mantel la trataban de tapar y limpiar; los demás rodearon la silla de ruedas y Cata ya no la pudo ver más.
Pero cuando se acercó, después de lo que creyó una eternidad, comprobó que su hermana no era su hermana, que su cara era la suya. Cloto era ella misma.


unas pocas imágenes surrealistas -oníricas
experimentación con sonidos de palabras, formas y lugares en dónde –pueden o no- colocarse (nada -o poco- quedará igual)





desintegración

se caen pestañas párpados un hombro se caen amígdalas esternón ojos nariz
se caen glándulas mamarias ovarios clítoris pelos de cada rincón del cuerpo
se van van cayendo
se caen dedos uno por uno codos brazos el otro hombro se caen los riñones
la vagina el pubis las orejas las pantorrillas
todo cae contra el piso atraído por el piso todo
olor potente a fluido a cucarachicida a perfume charly
todo cae con violencia y ella no logra detenerlo
la piel ah esa piel que tanto sudó gotas de pasión contenida
esa piel que la ha encarcelado por siglos
se abre en grietas menores luego profundas se abre con furia y la sangre sale a chorros
y sale el vómito por una boca colgada apenas por arterias y otro más intenso desmedido
todo es expulsado por fin y por vez
se caen se abren se vomitan se expulsan
y quedan en el suelo intactas aún las uñas larguísimas rojo sangre pasión
con mucho calcio fuertes limadas hasta el hartazgo pintadas hasta el hartazgo
las uñas de mujer aniquilada




delirio vacuno

recluída
un gran ojo potente salvaje sale por su vagina profunda y seca seca un ojo por su vagina
tan buena como una vaca más buena que la vaca una vaca buena de ojos mirada buena
cuando mira sus ojos ven nada ven la nada
recluída sola
cara vacuna cuerpo vacuno tetas ubres hinchadas mordidas celo de vaca vaca montada
sus ubres están a punto de explotar le sacan toda su leche toda todita
grita no da más
recluida sola loca loca recluida sola loca
al matadero a masacrarla
sin solución posible



la condenada va hacia el campo de batalla llora
sabe que es el final -no hablará del final pero lo siente-
llora
la condenada transpira gotas de sangre
le ordenan que no llore más llora
presiente -sólo presiente- que esa batalla será larga, muy larga
-siglos durará- tortuosa será y llora
nadie la salvará nadie podrá
porque está condenada al sacrificio de su carne y de su alma
porque respirará
como una muerta en vida.
porque la fiebre ya la corroe
por dentro de su sangre de su mente de sus neuronas de su carne
la fiebre
la carcome la empieza a comer
sabe que la tragará y llora





la sirenita

estática oxidada con fetos colgando chorreando por sus muslos
con costuras gruesas en su piel
autista arribó
entre mareas de energías lunares-solares
comenzó a moverse muy lentamente...
un hombre lenguado -con su larga lengua caliente-
le succionó tetas con escamas incluidas
la vació la llenó y se fue con su lengua colgante
luego
la muerte
¿quién es ese monstruo de varias cabezas - varios penes
que en las playas
la tritura una vez más?

¿cuántas más?
¿cuántas más podrá soportar semejante peso de agua salada
entrando por sus poros resecos de amancebamiento burgués?
¿cuántas más?



blanca y radiante va la novia
le pesan las enaguas, los ropajes en gasas, sedas, rasos:
el vestido está cosido con hojas de ruda, espinas de rosas, rosas deshojadas,
palomas y pájaros muertos –desgarrados- fetos sangrantes...
pesa tanto el vestido, tanto pesa... la corona de espinas le atraviesa la piel
sus pies-en primorosos zapatos de raso y coágulos, se arrastran por el sendero de piedras.
el grito de la novia es lo más aterrador: grita de impotencia, de horror ante su imagen irreconocible, ante la no escapatoria.
no, no hay escapatoria. ya no.
le pesan sus pechos-doloridos de tanto amamantar a hombres-corderitos-
le pesa su vagina-tan llena de leche pegajosa, olorosa, tan chorreando flujo, tanto flujo que va dejando a su paso- como gordas lágrimas vaginales llorando una fecundidad ya imposible...- los potentes olores todo lo inundan: los dulzones mezclados con los de la descomposición y los inciensos (sándalo, opio, azahares)
blanca y radiante va la novia, la siguen miles de moscas
detrás, la comitiva nupcial, el cura presidiendo y empapando todo a su paso con agua bendita: creyendo que así espantará a los demonios.
al final del camino, se alzan los palos en forma de cruz.


patio que ya no existe. la mojada tarde
me trae la voz, la voz deseada
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
...

no se detiene nunca la caída
yo me desangro, no el cristal. El rito
de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida.
...
J Luis Borges




en el patio de la abuela-patio de gastados y rotos baldosones de barro y paredes pintadas con cal descascarada- las enredaderas todo lo ocupan:
de todos los tamaños, de diferentes especies, con tantísimos tonos de verde,
todo lo cubren, todo lo devoran esas enmarañadas.
como un imponente tejido que entre sus miles de ramas va entretejiendo esa cárcel paradisíaca.
olores mezclados: a humedad, a barro, a ruda, a hojas mojadas
rosas, también esparcidas por ese patio de baldosas y enredaderas: las hay amarillas, rojas, blancas. rosas sin sus plantas, rosas deshojadas, rosas con largas y puntudas espinas. rosas tan potentemente olorosas, tan subyugantemente olorosas...- no han perdido sus aromas aún cortadas hace tanto tiempo-
y en un rincón del patio-en un sitio no tan cubierto por la maleza- está ella, sí, ahí está, inmóvil siempre, perpetua, única humana en ese mundo vegetal. está ella, esperando...
la niña con cara de vieja espera a que la cubran las hojas, las ramas y las rosas.
por fin y para siempre


vivi del villar
diablas_santas@yahoo.com.ar

martes, 24 de julio de 2007

era un mundo para comerlo con los dientes

había sido alcanzada por el demonio de la fe.




Clarice Lispector, la araña.
... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno...


la posibilidad de percibir por la nariz, de presentir adentro del silencio, de vivir profundamente sin ejecutar un movimiento. Sí, sí, de a poco, muy bajo, de su ignorancia iba naciendo la idea de que poseía una vida. Era una sensación sin pensamientos anteriores ni posteriores, súbita, completa y una, que no podría acrecentarse ni alterarse con la edad o con la sabiduría. No era como vivir, vivir y entonces saber que poseía una vida, pero era como mirar y ver de una sola vez." (1)
(Clarice Lispector, Lacos de Familia, 1960)


Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto de que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba a una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicles lo había destrozado todo. A través de la piedad a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.
La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos.
... Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comerlo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por parásitas con hojas, y el brazo era suave, apretado.
Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada.
La descomposición era profunda, perfumada... Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo. La brisa se insinuaba entre las flores. Ana, más adivinaba que sentía su olor dulzón... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno...
y veía el Jardín en torno de ella, con su soberbia impersonalidad.
Ella amaba el mundo, amaba cuanto fuera creado—amaba con repugnancia(...) Había sido alcanzada por el demonio de la fe.
¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.